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Con frecuencia me obsesiono por hallar procedimientos que me hagan conectar conmigo misma y encontrar escapatorias al agobio. De camino a estos intentos, se aparecen materiales: hablo con ellos, y ellos me hablan; yo los sorprendo, y ellos a mí; yo los abrumo con mis conceptos, y ellos me frustran con sus caprichos. Tal vez la parte más divertida sea el instante en que los encuentro, en que me enfrento con esa esencia o esa nobleza mientras doy forma a lo que quiero o lo que imagino.
La mercería y la ferretería son mis óleos, mi bastidor; mi medio para expresar. Y no expresarme no es una opción. Necesito ver afuera, hecho materia, lo que ocurre en mi cabeza. No me detengo hasta que la imagen se hace palpable. En el trayecto, tejo universos: los entrelazo, los desconcierto, los pierdo un poco, los recupero. Se me revela de esta manera cómo es mi ser dentro del planeta, cómo me llevo con esta tierra, dónde está el tiempo y cómo se muestra, qué es lo que aprendo de lo pequeño.
En mis oídos hay un zumbido que me da miedo. Pero me dejo atrapar por él, y lo escucho atenta, por sobre todo cuando conecto con materiales que desde siempre están a mi lado, y que me estimulan a seguir rastros de mi memoria y de mis ficciones. Pinto y fabrico con lo que enlazo entre movimientos, con lo que soy y con los que fueron antes de mí. Pinto y fabrico con todo aquello que me cautiva por ser distinto.